martes, 14 de enero de 2014

Entrevista al Padre José Luis Cerra Luna

EL CAMINO DE SANTIAGO
ENTREVISTA CON EL
PBRO. JOSÉ LUIS CERRA LUNA
P. José Luis, hemos sabido que recientemente ha realizado usted el “Camino de Santiago”… ¿De qué se trata?
Es una ruta de peregrinación muy antigua cuyo origen se remonta a la Edad Media cuando, según la tradición, fue descubierto el cuerpo de Santiago Apóstol en Galicia, en el noroeste de España. Desde entonces, Santiago de Compostela se ha constituido en una de las grandes metas de peregrinación cristiana del mundo, junto con Roma y Jerusalén. El pueblo español liga de una manera muy directa a Santiago Apóstol a su historia, principalmente a la “reconquista” cristiana de España, que por ocho siglos estuvo ocupada por los musulmanes. Santiago es, de hecho, el Patrono de España. Son innumerables los testimonios documentales de peregrinos que desde entonces encaminan sus pasos al encuentro de la tumba del Apóstol, el Codex Calixtinus, por ejemplo, es un antiquísimo documento que describe rutas y etapas, habla asimismo de pueblos, hospedajes y peligros del Camino, con una motivación religiosa. Actualmente el Camino ha cobrado un gran auge, son cientos de miles de personas que cada año hacen la peregrinación desde toda Europa y del mundo entero. Tradicionalmente el Camino inicia en la frontera con Francia, a los pies de Los Pirineos, en Roncesvalles, aunque hay también otras rutas, como la del Norte, o de la Costa, que inicia en Irún, País Vasco, distante unos 800 km. de Santiago, que fue la que yo tomé.
¿Qué motivó a usted a emprender este Camino?
Aunque ya tenía conocimiento de la existencia del Camino, nunca me interesó particularmente, de modo que jamás contemplé la más remota posibilidad de hacerlo. Sin embargo, en una conversación con mi buen amigo, el P. Jorge García Guevara, éste comentó sobre un amigo suyo que lo había hecho y que resultó de gran provecho espiritual para él. Hace diez años tuve la gran bendición de hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio en Manresa, España, lugar donde el mismo San Ignacio comenzó a elaborar los Ejercicios, pensé que pudiera ser un excelente complemento en mi caminar cristiano hacer esta otra experiencia, que el paso de los siglos ha probado ser de gran eficacia para el crecimiento humano, cristiano y seguramente en mi caso, sacerdotal, igual que lo son los Ejercicios. De modo que decidí enrolarme a esta milenaria tradición de la historia de la espiritualidad cristiana, lo cual me emocionaba y consideraba desde entonces un gran privilegio. Notables personajes han hecho el Camino, San Francisco de Asís, por ejemplo.
¿Cuáles eran sus expectativas y temores antes de partir?
No tenía la más remota idea de lo que significaba el Camino ya en los hechos, de modo que comencé a investigar en la Internet. La información era abundante y difícil de ordenar; vi que hay diferentes asociaciones de amigos del Camino, que existen foros dedicados especialmente al tema; encontré información sobre todos los detalles, lo que hay que llevar y lo que no hay que llevar, qué tipo de mochila, de calzado, de ropa; había también muchos datos históricos sobre el Camino y sobre los puntos por los que pasa, los albergues, las etapas, hasta la gastronomía. Debido a mi tipo de personalidad caí en una especie de obsesión, quería ir lo mejor preparado y lo mejor informado, hacía preguntas a los Peregrinos de los foros; luego encontré un Peregrino de Tijuana, mi amigo Hugo Salgado, con el que me puse en contacto y al que bombardeé de preguntas. Todos me decían: “tranquilo, el Camino te irá diciendo lo que necesites”. El temor más grande que tenía era que no notaba en el ambiente de los peregrinos un auténtico espíritu cristiano o religioso de peregrinación, veía que prevalecían intereses deportivos, ambientalistas y culturales, quizá una espiritualidad más cargada a lo humano que a lo trascendente. Igualmente me dijo una peregrina: “el Camino te da lo que necesitas, si tú buscas a Cristo, el Camino te lo dará abundantemente; no te fijes en las motivaciones de los otros, concéntrate en la tuya, el Camino les da a ellos y te da también a ti”. Asimismo tenía el temor de mi condición física, traté en los meses previos de entrenarme un poco, pero desconocía el nivel de capacidades necesarias para caminar tantos kilómetros. Sobre todo iba con una gran expectativa… ¿Qué me “dará” a mí el Camino?
¿Qué sucedió cuando finalmente llegó el momento?
Bueno, como siempre sucede, la hora llegó. Con mis boletos en la mano volé a Madrid, cargando con mi mochila y mis botas; estuve ahí sólo un día y una noche; de ahí me trasladé a San Sebastián, en la frontera con Francia. Un buen amigo Peregrino, José Ignacio, fue por mí al aeropuerto y me llevó al kilómetro cero, donde vi la primera flecha amarilla, de las que a lo largo del camino indican la dirección a seguir. Di mi primer paso. Previamente había ya dado muchos pasos, Sheila, mi amiga Peregrina, me había dicho que cuando se toma la decisión de hacer el Camino, se convierte uno ya en Peregrino, aún mucho antes de iniciar; sin embargo, dar el primer paso real, físico, fue muy emocionante; después pensaría que los cientos de kilómetros recorridos están compuestos por pequeñísimos pasos, de los cuales el primero es el principal. Sin ese primer paso no hay Camino de Santiago. Esa fue una de las primeras enseñanzas para la vida que me “dio” el Camino.
¿Cómo se fue desarrollando el Camino? ¿Qué aspectos habría que destacar?
El Camino ofrece los elementos necesarios para que los peregrinos puedan caminarlo. Todo el Camino, por ejemplo, está señalado con esas flechas amarillas que antes mencioné y que representan una segura guía para los pasos; son toscas flechas pintadas en el suelo, en piedras, en señales de tráfico, en muros… Encontrar una flecha amarilla donde se espera, así como perderlas de vista, son experiencias que tienen que ver con situaciones tan vitales como la seguridad o el desconcierto en el andar, sentimientos que de ninguna manera carecen de importancia en el contexto de la peregrinación. Recuerdo la primera flecha, en el kilómetro cero, así como la última, a la entrada de la ciudad de Santiago y, en medio, innumerables flechas amigas, testimonios intermedios de un camino bien llevado. En más de una ocasión pensé al encontrarme con ellas cómo en la vida misma Dios va poniendo pequeñas pero imprescindibles flechas amarillas para que caminemos en la dirección correcta; como las del camino, hay que aprender a descubrirlas, a fiarse de ellas y a seguirlas con humildad; perderlas de vista, o peor aún, no obedecerlas, conducen al extravío y obligan a desandar un camino mal tomado.
Otro elemento imprescindible: los albergues. Los hay de todo tipo, desde los modernos, hasta los sencillísimos, con comodidades o sin ellas, en el campo o en la ciudad, grandes o pequeños, saturados o solitarios. Todos poseen una común característica: se recibe alegremente a los peregrinos agotados, a todos; a cada uno se le ofrece un lugar para dormir, que es idéntico a los demás, sencillas y democráticas literas alineadas una tras otra. Fue interesante aprender los rituales: buscar una cama desocupada, saludar a las compañeras y compañeros Peregrinos, tender la bolsa de dormir, lavar la ropa usada en el día, ponerla a secar donde se pudiera y echarse un regaderazo (los cuales fueron los más deliciosos y reconfortantes que jamás haya tenido, gracias a Dios casi siempre con agua caliente). Nadie puede permanecer más de una noche en ellos y sin embargo estoy seguro que la totalidad de los Peregrinos los consideramos como verdaderos hogares en donde, no sólo se encuentra el necesario descanso, sino también bellos corazones de locos Peregrinos que comparten los mismos sueños y experiencias. Con frecuencia buscábamos después lugares para reparar el hambre y hablar de lo que vivimos en el caminar cotidiano. Aunque el camino se camina solo, nunca se está solo.
El Camino mismo. No hay que pensar que el Camino de Santiago sea estrictamente hablando un camino, una especie de vía que llegue directamente a la meta, más bien es el conjunto de centenares de tramos compuestos por veredas, calzadas, carreteras secundarias y principales, incluso por súper carreteras. Hay de todo, igual que en los albergues: trayectos de subida, de bajada, con lodo, con piedras, con tierra, con pasto y con pavimento; enmarcados por una vegetación tan espesa que forma una sombra densa, o por llanos áridos que exhiben un sol despiadado; se camina también bajo las nubes y frecuentemente bajo la lluvia; hay trayectos que pasan por caseríos, por poblados o por grandes ciudades. Habiendo elegido el Camino del Norte, también conocido como el Camino de la Costa, tuve la oportunidad de contar a mi izquierda durante muchos kilómetros con el Mar Cantábrico, visto casi siempre desde las alturas. Este camino se caracteriza por su soledad: fueron contadas las ocasiones en que divisé algún peregrino; casi siempre caminé solo, de modo que mi principal compañero fue el Camino mismo, lo que me permitió desarrollar una magnífica relación con él después de tantas horas de convivencia. Me llama ahora la atención que en todas esas horas, y a pesar de la variedad de circunstancias, nunca me sentí solo, o desesperado, o con miedo; nunca me arrepentí de haber iniciado el Camino; me cansaba, me mojaba, me asoleaba, sentía hambre o sed, pero nunca me atacó la tentación de renunciar, más bien, cada día, sin cuestionarme en absoluto sobre lo que me esperara, iniciaba con otro pequeño paso la etapa de cada día. Fue importante caer en la cuenta que había que caminar siempre, cotidianamente, con perseverancia: en las subidas, caminar; en los descensos, caminar; bajo la lluvia o el sol, caminar; en la soledad o en compañía, caminar; con la belleza o aridez del paisaje, caminar; con el cansancio del fin de la jornada, caminar. El reto que ahora enfrento es continuar con el mismo espíritu las diarias etapas del camino de mi vida.
Padre ¿y cuánto gastó?
He calculado que unos 30,000 pesos, por todo el mes, incluyendo el boleto de avión.
Ha mencionado que en el Camino nunca se va solo ¿tuvo la oportunidad de convivir o conocer gente?
Como ya había dicho, aunque el Camino es una experiencia de radical soledad, en el Camino como en la vida nunca se está solo. El Camino se comparte con los demás Peregrinos que con diversas motivaciones vamos teniendo similares experiencias y un común itinerario de vida. Vamos caminando juntos y así se siente. Fue esa una gran sorpresa para mí, no considerada en mi obsesiva planeación.
A los primeros que encontré fue a un par de matrimonios valencianos, Paco y Paquita, Manolo y Asun, con los cuales establecí un vínculo amistoso y espiritual muy estrecho; sobre nosotros cayó por horas “la peor tormenta en 25 años”, según dijeron al otro día los periódicos, aunque luego también compartimos un inolvidable bacalao a la vizcaína que nos consoló suficientemente, a lo cual contribuyó en buena medida el vino con que acompañamos el manjar; inolvidable será la entrañable e íntima Eucaristía en el Monasterio de Cenarruza. Encontrarme con ellos fue una fiesta, el camino no es una cosa seria, en la que se camina y camina, se reflexiona y se sufre, es también encuentro fraterno y alegre.
Luego Marc, un muchacho de Bélgica, que caminaba también en soledad; con él los diálogos fueron pocos, pero bastaron para asomarme a su interior y descubrir una juventud llena de profundidad, de reflexión, de búsqueda mística; digan lo que digan, al secularismo europeo le falta mucho por vencer.
José Luis y Ludo, gallego el primero y vasco francés el segundo. Cualquiera hubiera jurado que eran amigos desde siempre, pero no, eran amigos de ese camino; los tres vaciamos nuestra intimidad sin pudor y nos declaramos un cariño libre de cualquier interés y compromiso; “En el Camino, los ángeles te cuchichean al oído mientras andas”, “el Camino es Camino, no Viacrucis”, “cada quién hace el camino como se le da la gana”, “hay que huir de los peregrinos patológicos”, son frases de José Luis que ahora están grabadas en el centro de mi corazón y que han estado iluminando mi vida en todo tipo de situaciones; Oviedo, Covadonga y Torazo son importantes en mi vida por lo que ahí viví, pero no serían lo mismo sin la presencia de mis amigos; con Ludo, hablando de afectos, de amores y rupturas acabé de corroborar que en el Camino nunca andamos solos; la llegada a Santiago, con tantas buenas noticias recibidas ahí y con la última mesa compartida con ellos, acabó siendo la corona bellísima de todo el trayecto y de los cientos de kilómetros recorridos.
Werner y Margit, austriacos, con ellos caminé y conversé por horas, Werner es un gran “preguntador”, ninguna duda se le queda en el pecho, lo cual daba pie a profundas e interesantes conversaciones sobre todo tipo de temas; disfrutamos, reflexionamos, reímos, admiramos juntos paisajes y monumentos, hicimos picnic en sitios que sólo Margit podía descubrir; fueron ellos quienes me iniciaron en un modo más placentero de hacer el camino, lo cual les agradezco, atendiendo a la expresión ya citada por José Luis, de que “cada quien hace el camino como se le da la gana”, conocí un Parador por dentro y me hospedé en preciosas casas rurales; fue además un gran privilegio convivir con personas de cultura tan amplia y de exquisito trato, así como de una sencillez de la que tengo que aprender mucho; compartir con ellos la llegada a Santiago, con minutos de diferencia, así como algunos días en la ciudad, fueron experiencias exultantes que seguramente les compartiré más adelante.
Personas claves también fueron igualmente José Ignacio, amigo del Camino, que fue por mí al aeropuerto en Irún y me llevó al punto de partida, él me dio la credencial y la concha, que me acompañaron todo el viaje y que ahora considero verdaderos tesoros que estarán conmigo toda la vida; con él y su maravillosa esposa Lola nos fuimos de “pintxos” en San Sebastián, una singularísima peregrinación culinaria por el centro donostiarra en la que los exquisitos platillos de alta cocina en miniatura, pero sobre todo su trato franco y sereno, iluminaron el final de mi primera etapa de Camino. También José Luis, el amigo de mi amiga Lourdes, que tuvo la gentileza de mostrarme la majestuosa Santander y compartir conmigo la cocina de su hijo. Luego, casi al final, la agradable compañía de mi amigo Rubén, que fue a encontrarme a Miraz, un minúsculo pueblito de Galicia al que llegó desde Bélgica; Rubén y yo hemos sido compañeros de Camino durante muchos años, hemos peregrinado juntos en subidas y bajadas, bajo la lluvia y bajo el sol, en silencio y en comunicación profunda, también en la oscuridad y en el desconcierto de no ver flechas amarillas por ningún lado; su llegada fue para mí no sólo algo muy grato, sino un gesto profundamente simbólico que dejará una marquita indeleble en mi vida; hubiera querido conversar más con él, pero respetó el ritmo de mi peregrinación y sus ritos, así que sólo nos veíamos al fin y al inicio de cada etapa; la noche no pudo ser ocasión de encuentro, pues en cuanto me metía a la cama, me embestía el sueño; asimismo me hubiera gustado mucho que llegáramos juntos a Santiago, tampoco pudo ser. Sin embargo, su sola presencia me alentó y los gestos con los que acompañó y respetó mi caminar me llenaron de gozo y de esperanza; me hizo comprender qué es la amistad verdadera y permanente. Rubén y yo, sin decirlo, hicimos crecer y consolidar nuestra amistad en una alianza apadrinada por Santiago y Francisco; nosotros entendemos.
Fuera de un guardia civil y uno que otro “peregrino patológico”, no encontré sino disponibilidad, sonrisas y cortesía en todos los que se cruzaron en mi Camino. Dos ángeles sin alas me mandó Dios. Uno que, sin previo aviso me tomó del brazo y me dijo: “Caballero, por ese camino va usted de regreso a Jerusalén, venga”, y me llevó a una flecha que había perdido de vista, “buen camino”, remató. Y el otro, un muchacho que a 12 kilómetros de Santiago, con una sonrisa espléndida, me ayudó a discernir y a tomar una de las mejores decisiones de mi vida. Tampoco olvidaré a Charo y a Conchis, que en Arco Iris y en Baamonde me dieron cátedra de ser hospitaleras de vocación, y a muchos, muchos otros, incluso un perrito, al que di unas cuantas caricias, como hace mi amigo Melo, y que me siguió por todo Santillana del Mar.
Pero además, hubo muchísima gente que caminó a mi lado a lo largo de esos casi quinientos kilómetros, Peregrinos invisibles que me acompañaron: mi familia, mis feligreses, mis amigos y amigas; fueron miles de pasos los que ellos dieron a mi lado y que no permitieron que me sintiera jamás solo. Cuántas veces me acompañó mentalmente la canción “To All the Girls I’ve Loved Before”, con qué alegría recibía de vez en cuando llamadas desde México, cuántos rostros amados recordé con gratitud, que me hicieron sentir persona plena.
No, en el Camino nunca se está solo.
Padre, ¿qué pensaba cuando iba por el Camino durante tantas horas de silencio y soledad?
Esa es una pregunta que me han hecho frecuentemente. Algunos amigos me han preguntado si me la pasaba orando y meditando todo el tiempo. Eso es imposible. En el camino pensaba absolutamente de todo, desde las cosas más triviales hasta las más profundas. Claro que había momentos de profunda oración y meditación, pero también pensaba en toda clase de tonterías; por momentos me venían cosas que tienen que ver con planes prácticos que tenía que realizar llegando; me venían también a la mente mi familia, los feligreses de mi Parroquia, el obispo y mis hermanos sacerdotes, mis amigos y amigas; pensaba también en los recuerdos de mi vida, en lo que he hecho y me falta hacer, en mi historia; también pensé mucho en mis tentaciones, curiosamente no tanto en las tentaciones carnales, sino en aquellas más sutiles que a veces ni siquiera me daba cuenta que lo fueran; fueron muchas horas en las que conviví con mis tentaciones, pero no de una manera aguerrida, sino más bien pacífica: tuve muchas horas para analizarlas, conocerlas en sus mecanismos sutiles, observar mis reacciones y descubrir ejemplos concretos en los que incurro frecuentemente; esta dimensión del camino no me la esperaba, pero me brindó una oportunidad valiosísima de dar un paso importante en mi libertad como individuo.
¿Cómo fue su llegada a Santiago?
Al inicio del camino es desalentador ver la señal: “Santiago 800 km.”; yo no hice tantos, se requiere más tiempo del que yo disponía, igual se contempla la meta a años luz; sin embargo, llegó el momento en que apareció un poste que decía: “Santiago 99.8 km.”; casi en ese momento me llamó Asun y le comenté lo que me faltaba. “José Luis, a partir de ahora los kilómetros se irán desgranando rápidamente”, me encantó la expresión. Efectivamente, cuando acordé faltaban ya sólo dos etapas para llegar, unos 45 kilómetros; Werner, Margit y yo habíamos convenido detener nuestra marcha a las 7 de la tarde para buscar albergue, caminábamos cada quién por nuestra cuenta; cuando llegó la hora, me detuve, después de haber caminado ya más de 30 km. ese día, distancia mayor que cualquiera de las etapas anteriores, sin embargo no me sentía tan agotado. Vi entonces un señalamiento: “Santiago 12 km.” y me vino la tentación de continuar hasta el final de una vez, me quité la mochila y las botas y me senté en el pasto para descansar y esperar a mis amigos austriacos. En ese momento apareció Joaquín, un muchacho que habíamos encontrado más temprano ese mismo día; el camino estaba solo pues los peregrinos del Camino Francés, con el que hace intersección el Camino del Norte en Arzúa, buscan llegar temprano a los albergues que pronto se llenan debido a la gran afluencia de peregrinos que transita ese Camino; con una sonrisa amplia, con alegría y desenfado me pregunta: “José Luis, ¿descansando?”, “sí, hombre… fíjate que estoy pensando seguir de frente en vez de buscar albergue por acá, ¿cómo ves?”. “Pues es lo que yo voy a hacer… total, el tiempo es mío, hay luz hasta las diez y evito llegar con la multitud del Camino Francés… quiero llegar solo y cansado, como he llegado el resto de las etapas y no fresco como lechuga”. “Pues le sigo entonces”. “Vale, buen Camino…”. “Buen Camino, nos vemos en Santiago”. Esperé a Werner y Marguit, les comenté, inmediatamente aceptaron el reto y empezamos a caminar, cada quien por su cuenta. Ahora estoy seguro que esa fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida y que Joaquín era un ángel sin alas.
Esos doce kilómetros fueron especialmente difíciles, pues antes de llegar a Santiago hay que hacer un ascenso de 6 kilómetros hasta la cúspide del Monte de Gozo, desde donde se divisa por primera vez la ciudad de Santiago y las torres de la Catedral, eran las 9 de la tarde cuando llegué, todavía con mucha luz. Según mi libro faltaba sólo un kilómetro y medio para llegar a Santiago, sin embargo todavía había que atravesar la ciudad, lo cual lleva una hora más. Llegué a la Catedral, en la plaza del Obradoiro, a las once de la noche, con un gran cansancio, después de haber caminado ese día unos 45 kilómetros, pero con un infinito gozo en el corazón, fue como me lo había sugerido Joaquín, llegar solo y cansado.
En verdad el dolor era intenso, tenía hinchadísimos las piernas y los pies, sólo podía dar pequeños pasos, el ruido de la ciudad me aturdía, se me hacía imposible llegar; sin embargo, al mismo tiempo, me sentía atraído por una gran fuerza: eran los últimos pasos de mi peregrinación, la meta estaba cerca. Descubrir en mi propia carne realidades tan contradictorias como el dolor intenso y el gozo intenso, vividos simultáneamente, ha sido sin duda una de las vivencias más interesantes, conmovedoras y sorprendentes de mi historia. Luego pensé que en similar situación se encontraría Jesús en la cruz, guardando las debidas proporciones, pues si bien su dolor era infinito, también lo era el gozo de haber cumplido la voluntad de su Padre. La contemplación de esa imponente catedral fue una experiencia más estremecedora de lo que imaginé. Minutos después llegaron Werner y Margit, nos abrazamos, bailamos, lloramos, pocas veces había gozado tanto. Gracias a Werner encontramos lugar para dormir, francamente no sé qué horas serían, probablemente las dos de la mañana. En la habitación no podía dormir, el dolor y la adrenalina de las emociones me lo impedían.
Al día siguiente había que cumplir los ritos, abracé la imagen del Apóstol, oré ante su tumba y participé en la Eucaristía del Peregrino a medio día. Es muy enriquecedor someterse a rituales, sobre todo cuando se tiene la conciencia que son seculares y que han representado para millones de Peregrinos una experiencia que hace crecer el espíritu, fue también mi caso: Un peregrino más, insertado en una corriente espiritual de extraordinaria importancia histórica, aprovechando las gracias de participar en una experiencia profundamente simbólica, que conecta con la fe apostólica y con la historia del mundo y particularmente de un país que tiene que ver tanto con el nuestro, mis expectativas fueron desbordadas.
Padre, a final de cuentas, ¿qué aprendió en el Camino?
Muchísimas cosas, ya he mencionado la mayoría.
Tantas horas de caminar con la sola compañía de mí mismo, me enseñaron a revalorar el silencio y a encontrarme de modo muy peculiar con Jesucristo, mi compañero de Camino; a nuestra generación le cuesta caminar en silencio, tememos al silencio; el Camino me recordó que lejos de ser el silencio algo de lo que tendríamos que huir, es más bien una necesaria atmósfera de interiorización y de vida espiritual; ¡qué importante es que aún en la cotidianeidad de nuestra vida procuremos momentos de silencio!, estoy seguro que el silencio buscado con constancia sería fuente de crecimiento y fortaleza interior.
El Camino también me condujo a la admiración de la naturaleza; tengo que confesar que a lo largo de mi vida la naturaleza había sido más bien una realidad periférica; siempre me he considerado más bien como gente de ciudad y me provocaba cierta pereza tener que involucrarme con actividades que tuvieran que ver con el campo, quienes me conocen lo saben; extrañamente de unos pocos años para acá me ha atraído la convivencia con la naturaleza, en el Camino acabé por reconciliarme con ella de modo definitivo. Quedé pasmado con la belleza de los Picos de Europa cuando visité los santuarios de Santo Toribio de Liévana y de Covadonga, así como la constante vista del Mar Cantábrico a mi izquierda, asimismo las rías, los bosques y la abundancia de agua. Es notable cómo el pueblo español cuida su naturaleza, no fueron pocos los ríos que vi totalmente cristalinos y llenos de especies.
El camino de Santiago fue también escuela que me enseñó a reconocer mis capacidades y límites. Sin duda el Camino ha sido la hazaña más grande que jamás pude haber soñado alcanzar; caminar casi 500 kilómetros es realmente, objetivamente, un logro digno de admiración; haberlo hecho yo, tan poco hábil para el deporte y las actividades físicas, ha significado en mi vida una inyección enorme de autoestima, me ha enseñado que puedo alcanzar grandes proyectos, que basta tener clara la meta y en la medida de lo posible la ruta a seguir, así como las motivaciones y la perseverancia del caminar diario, independientemente de las circunstancias adversas de la naturaleza y de los pesos que podamos llevar a nuestra espalda. También tuve un contacto directo con mis limitaciones, pues mientras otros peregrinos diariamente caminaban hasta cuarenta kilómetros, mi medida era alrededor de los 20; el dolor era cotidiano, me acostumbré a él, acababa cada etapa verdaderamente agotado, las subidas y las bajadas pronunciadas se me hacían especialmente extenuantes, al final tuve una compañera que desapareció de mi vida hasta unas semanas después de haber llegado a Matamoros: una buena ampolla en la planta de mi pie derecho. Haber tenido experiencia de mis limitaciones fue también altamente pedagógico: a los seres humanos nos hace falta saber de qué somos capaces y cuáles son nuestros límites.
Algo que los peregrinos aprendemos como experiencia común es a vivir con lo necesario; hombres y mujeres de nuestra generación nos acostumbramos a considerar necesarios e imprescindibles muchos objetos que vamos cargando y acumulando a lo largo de nuestra vida; no nos imaginamos vivir sin nuestras cosas. El Camino es escuela de austeridad. Se empieza por una cuestión práctica, pues a lo largo de los cientos de kilómetros recorridos vamos cargando con nuestras pertenencias, las cuales deben pesar lo menos posible. Sin embargo, poco a poco nos vamos acostumbrando a la escasez, aprendemos que en realidad se necesita poco para vivir, que en determinados momentos tenemos que deshacernos de cosas que no necesitamos. Caminar así, nos inserta en una larguísima tradición espiritual de una pobreza elegida que nos enseña que realmente, cuando nos vaciamos de cosas, cuando nos empobrecemos de lo material, el corazón se va llenando de lo que verdaderamente es importante, de riquezas de otro tipo, de tesoros escondidos y descubiertos que llevamos por la vida sin darnos cuenta. Entonces podemos comparar la relativa alegría que da la posesión de las cosas y la alegría profunda y verdadera que produce en el corazón el desapego de lo material y el enriquecimiento espiritual. Considero que esta es una enseñanza muy necesaria para la Iglesia y el mundo de hoy y que para mí representa ahora también cotidianamente una oportunidad de vida y un reto en el Camino cotidiano de la vida diaria.
¿Y ahora, Padre, qué sigue? ¿Volverá a hacer el Camino?
No lo sé, ojalá pueda algún día a hacer las etapas que no hice, me interesaría mucho hacer el Camino Primitivo; dice Hugo que el Camino crea adicción, no sé. Lo que sí sé es que recomiendo ampliamente a quien tenga oportunidad de hacerlo, que lo haga. He dado mi testimonio personal, pero cada experiencia es única; podrá seguramente haber puntos en común, pero lo que el Camino ofrece a quien lo camina es diferente en cada individuo. El reto para mí ahora es seguir siendo el resto de mi vida un Peregrino de Santiago.

1 comentario:

  1. Posteriormente a esta peregrinación, volvió a realizar otra peregrinación junto a cuatro sacerdotes mexicanos a los cuales conocí en el Albergue de San Juan de Castrojeriz

    ResponderEliminar